María del Carmen Rodríguez Navarrete
María era una feliz mamá que adoraba a su hijita Mandy, pero había algo que le preocupaba y mucho: su pequeña ya había cumplido los cinco años y no abandonaba su chupete. Ella sabía que le podía deformar su boquita y que incluso podía ser portador de posibles infecciones, pero Mandy iba siempre con él. Le importaban muy poco las bromas de sus amiguitos en el parque o de sus compañeros del cole, le daba igual que se rieran de ella o que le pusieran de apodo «Chupita». Ella siempre decía lo mismo: «es mi Pipo, es mío y siempre será mío, y nadie me lo quitará». Había algo más: el chupete después de tanto tiempo estaba «requetechupeteado», correoso y pringoso. La mamá de Mandy le compró uno nuevo pero Chupita insistía en que ella quería su Pipo y no lo abandonaría jamás. María hizo lo imposible para quitarle esa costumbre.
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